26.11.10

El etarra y el elefante

Cuando leí que Mikel Antza había pedido al juez que impidiera que le dibujaran, pensé en un elefante. En realidad, lo que recordé fue un rectángulo estrecho, alargado y vertical que pintamos un día entre dos contornos de ala de mariposa. Al verlo, Claudia levantó un brazo y lanzó una especie de bramido agudo: lo que hace cuando ve un elefante.

Mientras me sonreía e intentaba no levantar yo también el brazo, seguí leyendo sobre el temor a los lapiceros de colores de Mikel Antza, que era el jefe de ETA cuando lo detuvieron en Francia. Eso fue seis años antes de verse, el martes, en el Tribunal de lo Criminal de París. Una vez allí, ya jefe de nada, lo primero que quiso hacer antes de empezar a hablar fue quitarse de encima al dibujante. El dibujante era Benoit Peyrucq, que estaba allí porque en las salas de juicios de Francia no pueden entrar las cámaras. Eliminados los artilugios de foto y vídeo, queda en estas salas un pintoresco hueco para la información de caricaturista. El dibujante Peyrucq, que también pinta músicos como de tul, lo ha cubierto durante los últimos 15 años para la agencia de noticias France Press. En ese tiempo nunca habían querido librarse de él. Pero según uno de los cronistas del día, Antza sentía que los dibujos (atención al verbo) “atentaban contra su derecho a la imagen”. Uno de los abogados lo desarrolló: “Tienen derecho a dar su opinión” sobre la imagen que se pudiera difundir en los medios. El otro abogado pidió que prevaleciera “el derecho a la imagen sobre el derecho a la información”. Al juez Philippe Vandigenen le pareció bien y prohibió a Peyrucq seguir dibujando. A salvo ya de lapiceros de colores, muy parecidos a los que usa Claudia, habló Antza. Dijo, por ejemplo: “Asumo todo lo que he hecho con ETA”.

Antes de eso, y antes también de la prohibición, al parecer a Peyrucq ya había tenido tiempo suficiente para pintar a Antza y a los otros etarras del día. Dice que no va a publicarlo. Una pena. Quería mostrarle uno de los bocetos del terrorista a Claudia, que el otro día había convertido nuestros tres trazos en un elefante.

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