En una refinada modalidad de tortura, la organización lo invitó al Mundial. Al llegar al aeropuerto no había coche esperándolo. Tampoco acreditaciones, ni una invitación para el partido inaugural. En el hotel, nadie sabía quién era. ¡Ghiggia! El culpable de todo aquello: este Mundial existe únicamente bajo el supuesto de que Brasil aún puede ganar aquel partido. He ahí el refinamiento: hacer viajar a Brasil al anciano para demostrarle que nunca ha existido.
Así que anoche, mientras Brasil y Croacia abrían el campeonato, imaginaba a Ghiggia vagando sin entrada por las calles de Sao Paulo, intentando asustar niños con su vieja camiseta uruguaya. Con la desesperación de los monstruos de Pixar. Pensaba en él asomándose a un bar después del rugido colectivo del penalti. Viendo una y otra vez el desplome de Fred y la carrera de Yuichi Nishimura, árbitro por otro trauma antiguo, de cuando era entrenador de un equipo de niños, sufrió una injusticia de otro, y decidió cambiar de bando. Y ya dentro del bar, justo antes del lanzamiento: “¿Vos sabés quién soy yo? Soy Ghiggia, el del gol del Maracanazo… en el 50...”. Y el gol de Neymar (2-1), que lo entierra en abrazos. Ahí Ghiggia nunca ha existido.
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